Que Paul Pierce es uno de los mejores aleros del sigo XXI está fuera de toda duda, su calidad y su juego así lo demuestran. Pero no todo ha sido felicidad y alegría para el alero de Inglewood, California. Corría el año 200 0 y Pierce era una promesas de los siempre orgullosos Celtics, y se dirigía hacia una discoteca con su compañero de equipo Tony Battie y el hermano de éste. Una vez allí Pierce al ser reconocido por casi todos los presentes decidió dirigirse hacia un lugar más reservado del local, donde comenzó a hablar con dos jóvenes que parecían muy interesadas en el jugador. Pero tras poco de hablar con ellas un joven de color le comenzó a increpar acerca de hablar con las chicas de las que afirmaba ser primo de una de ellas.
Pierce sin verlo venir vio cómo tras recibir un fuerte empujón de este desconocido (más tarde se supo que se trataba de William Rangland), y recibió un botellazo en el rostro, a partir de ahí se abalanzó sobre Pierce una furiosa multitud. Éste acabó recibiendo once puñaladas divididas entre el pecho, su cuello, su cara y su espalda. Tras esto Rangland abandonó el club y Tony Battie llevó a su compañero de urgencia al hospital. Battie recuerda que entre sollozos Pierce balbuceaba «¿Voy a vivir? ¿Voy a vivir?». Algo esperpéntico.
Pero a partir de este suceso, por el que los médicos aseguraron que por haber llevado una chaqueta de cuero que no permitió que las puñaladas fueran tan profundas como debieran haber sido, Pierce forjó un carácter de hielo por el que luego sería conocido como The Truth (la verdad). Un jugador al que los momentos más difíciles del partido se crecía y que acabaría siendo campeón de la NBA en el año 2009, donde no pudo reprimir las lágrimas y acordarse de aquel momento en el que por estar en el sitio y momento adecuados casi se queda sin lo que más ama, el baloncesto.