Lo que vivimos ayer en Tbilisi puede considerarse una de las mejores finales jamás vividas, sino la mejor. Dos equipos entregados en un partido ofensivo, vibrante, con alternancia en el marcador y con una remontada épica. El partido ya en el minuto 15 iba 2-1 a favor del Barcelona, con eso se dice todo.
El Sevilla comenzó golpeando primero, con una falta magistral lanzada por Banega, pero eso no hizo más que despertar a esa bestia llamada Messi que parece que no hay ninguna modalidad que no sepa realizar como el mejor ya. La pulga botó dos falta prácticamente consecutivas a cual mejor al fondo de la red de Beto. Y a partir de ahí el dominio del Barcelona en la final fue abrumador con un Sevilla aguantando las embestidas como pudo hasta el último minuto de la primera parte donde Rafinha (que parece que rinde mejor en esa posición que de interior) culminó una primera parte soberbia azulgrana.
Nada más comenzar la segunda mitad Luis Suárez se aprovechó de un error garrafal en defensa del Sevilla para a priori matar el partido. Pero este Sevilla no se rinde tan fácilmente y unido a una zaga del Barcelona que debería mejorar radicalmente si aspira a los grandes títulos puso muchas facilidades. Los cambios de Emery ayudaron bastante a mejorar el nivel del equipo cuando más cansado parecía estar.
Y con estas se llegó a la prórroga, donde en el Barcelona siempre aparece Pedro, ese jugador que parece tocado por la diosa fortuna, que tras otra faltada lanzada por el argentino en el rechace mandó el balón al fondo de las mallas para sellar el cuarto título para el Barça. Aún así el Sevilla aprovechando el despropósito que es la defensa culé con Bartra a la cabeza (parece increíble que este jugador siga en el Barcelona) falló dos ocasiones clamorosas para haber llegado a los penaltis. Lo dicho una final que solo se resume en una palabra PARTIDAZO.