El Valencia vive uno de los momentos más enrarecidos de sus ya de por sí complicados últimos años. Salvando la campaña anterior donde todo salió redondo para los ches, con una campaña impecable con clasificación de nuevo para la Champions incluida tras varios años de ausencia, llegó un verano más que ilusionante con la ejecución de la compra de Kondogbia al Inter, el refuerzo de jugadores de nivel como Wass o Gameiro, la cesión de Batshuayi y el fichaje que más ilusión hizo a todo el valencianismo Gonzalo Guedes. Con todos estos alicientes se presentaba una temporada para soñar en el Turia y parecía que por fin la afición podía respirar tranquila.
Pero tras doce jornadas de liga y tres de Champions League hasta Marcelino comienza a estar discutido. Sólo una victoria en liga de doce partidos unido a ninguna en Champions provocan un malestar y un ambiente enrarecido en Mestalla que terminó de explotar en el último partido ante el Girona, donde el equipo lo intentó de todas las maneras pero acabó topándose con Bono, que realizó una actuación memorable que dejó la primera pitada de la temporada en el equipo y a la espera de recibir este miércoles al Young Boys suizo con muy pocas posibilidades de clasificarse tras el inesperado empate de hace unas semanas.
Es pronto para declarar el estado de crisis, más por los resultados que se dieron la temporada pasada que por lo visto en esta, pero tanto Marcelino como algunos jugadores de la plantilla merecen algo más de crédito pese a que ahora mismo va a costar mucho recuperar la distancia perdida para los puestos europeos, que son la principal fuente de ingresos del club y que sin ellos es probable que tengan que volver a vender a alguna de sus estrellas que además este año están perdiendo cotización debido al mal rumbo del equipo. Si hay alguien capaz de reconducir la situación ese es Marcelino, pero cada vez queda menos margen de maniobra.