Lo de Ben Simmons con los Philadelphia Sixers va camino de ser el esperpento mayo de la NBA. El base, que una vez más decepcionó en postemporada al verse lastrado por una clarísima falta de fundamentos de tiro, acabó muy mal la serie ante unos a priori inferiores Atlanta Hawks. La derrota sentó muy mal a la ciudad del amor fraternal, y los ataques de Embiid y el propio entrenador Doc Rivers hacia el 25 fueron públicos y evidentes tras la derrota, algo que rompió todo tipo de relaciones. Ahora el base se niega a incorporarse a la disciplina Sixer y de hecho ya no ha aparecido por el media day. El comisionado Adam Silver debería poner una sanción ejemplar a este comportamiento por parte del base para evitar futuros casos similares. El poder que se les está dando a los jugadores en la NBA actual es excesivo, ya diseñan el equipo, eligen a los directivos y entrenadores, supervisan traspasos y gestionan fichajes de amigos para jugar juntos. La agencia libre ya casi se rige por los contactos con compañeros en otros equipos más que por entrevistas de franquicias como antaño, y los super contratos que se garantizan en caso de seguir en la franquicia que lo drafteó son muchas veces lapidarios para la franquicia. El siguiente caso en venir va a ser el de Zion Williams, nada contento con su franquicia y que puede optar a forzar su salida con actos de insubordinación como los de Simmons, obligando a una franquicia a malvenderlo para no perderlo sin dinero de compensación a cambio. Es el momento de desenredar este problema con un golpe sobre la mesa que haga encauzar la figura del jugador y frene ese aura de intocable que llevan en la liga.