El Sevilla está teniendo una temporada extraña. Destituyó a Berizzo a media temporada cuando el técnico casi se recuperaba todavía de un cáncer de próstata, contrató a Montella y nada más aterrizar encajó una manita en casa de el Betis que escoció y mucho al Sevilla, se clasificó el equipo para la final de la Copa brillantemente tras eliminar al Atlético y Leganés y llegó por vez primera después de sesenta años a los cuartos de la Champions.
Pero en la liga el equipo anda séptimo, y con muchas posibilidades de no disputar competiciones europeas el año que viene. De no ganar la Copa tendrá que quedar en séptimo lugar al menos para disputar competición europea el año que viene, algo que sería un palo muy duro para un equipo acostumbrado a pelear en competiciones continentales los últimos años sin excepción. El problema es que tanto Betis como Villareal (que ahora están por delante) y Celta, Girona o incluso la Real Sociedad (tras la victoria ante el Atlético) van a pelear hasta el final por entrar en Europa poniéndoselo muy difícil a los hispalenses.
Por ello debe afrontar la final de este sábado como más que un título, es el acceso directo que daría tranquilidad al equipo y que le permitiría no vivir jornadas agónicas en las últimas jornadas de liga, y gracias, ya que el pasado fin de semana remontó para empatar un 0-2 adverso del Villareal que le hubiese puesto muy complicadas las cosas. El equipo llega en un bache del que no han salido tras la eliminación del Bayern, pero ya hace pocas semanas le plantó cara al Barcelona (pese a que Messi en un minuto les empatara los dos goles de renta) y ese debe ser el camino a seguir.