El Real Madrid venció ayer en el Santiago Bernabéu a la Unión Deportiva Las Palmas con contundencia y todos los jugadores blancos estaban satisfechos con la victoria salvo uno: Cristiano Ronaldo. El de Madeira volvió a deleitarnos con una gama de gestos contrariados y aspavientos que rozan ya lo absurdo. La mejor virtud de Cristiano es la autosuperación, eso está claro y eso es lo que lo ha movido a ser uno de los grandes de este deporte, pero el fin no justifica los medios y lo de ayer es algo que evidencia todo esto.
Cierto es que Ronaldo anda frustrado tras haber disputado siete jornadas ligueras (se perdió cuatro jornadas por la sanción de la Supercopa) y llevar tan sólo un gol. Eso es algo que lo carcome por dentro y se evidencia en cada acción suya que no acaba en gol. Su promedio de goles/disparos este año es el peor de su carrera y su desesperación se plasmó en el tercer gol del Madrid. Una jugada colectiva fabulosa en la que Cristiano interviene con un taconazo de lujo y con el centro raso medido para que Isco sólo tenga que empujarla. Una vez con esto el portugués enfadado volvió a su campo e Isco, en vez de celebrar su gol casi tuvo que consolarle, algo absurdo.
Cristiano ya no va a cambiar, ya pasa ampliamente de la treintena y no es su primera vez con este problema. Es difícil de entender que en un juego de equipo, un jugador vaya a casa enfadado pese a la victoria colectiva, que es de lo que se trata, es un mal mensaje para las generaciones jóvenes, que ven en esa figura como marcar un gol es más importante casi que ganar. Son muchas las virtudes buenas de Cristiano, y ésta de la autoexigencia y autosuperación lo es si realmente supiera controlarla y no que ésta se adueñe de él y lo transforme en un monstruo.