Todavía recuerdo aquellos partidos en el Amway Center de Orlando con Andrés Montes gritando aquello de ¿por qué eres tan bueno McGrady? tras otra exhibición anotadora del alero. Estábamos ante un jugador descomunal, diría que imparable, y digo diría porque hubo algo que sí lo paró. Las malditas lesiones.
Tras saltar desde el instituto a los Toronto Raptors y ver cómo en su segundo año su primo Vince Carter le quitaba los minutos fue traspasado a los Magic donde se desató, ya en su primera campaña fue nombrado jugador más mejorado del año, y en su segunda ya fue máximo anotador de la NBA aspirando al MVP de la temporada (aunque según reconoció él mismo, mientras esté Tim Duncan me tendré que conformar con el segundo puesto). Estaba en el mejor momento de su carrera y se confirmó su traspaso a los Houston Rockets para unir sus fuerzas con Yao Ming y formar una dupla temible. Pero comenzó su calvario de lesiones de espalda que se hicieron crónicas retándole ese primer paso demoledor que tenía T-Mac. Aún así nos dejó exhibiciones como los 13 puntos en 53 segundos para ganar el partido a los Spurs, o liderar a los Rockets de las 22 victorias consecutivas sin Yao Ming, la segunda mejor marca de la historia de la NBA.
Ya hacía dos años que se había retirado pero daba sus últimos coletazos en China donde hace unos días le hicieron un homenaje de retirada, recordando sus mejores momentos su ya famoso mate a tablero en el All Star y dejando en el aire la duda de que habría pasado con este jugador si las lesiones le hubieran respetado. Ya tan sólo nos queda recordarle con una sonrisa y que siga retumbando en los oídos aquel mira a McGrady Daimiel si parece que está dormido.